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viernes, 14 de enero de 2011

Sobre la intervención de la Iglesia en los conflictos sociales, Malaidea.

 
Cuando las contradicciones entre las personas son insalvables, cuando la racionalidad se está agotando, cuando no existen las instancias orgánicas o cuando se quiebra un Estado de Derecho, es posible, que una autoridad ajena a la institucional, intervenga y contribuya a componer las relaciones, establecer el dialogo y/o actúe como mediador; pero cuando existe un país normalizado, cuando existe un presidente, ministros, congresistas, alcaldes, consejeros y concejales,  partidos políticos y dirigentes sociales, es decir representantes de los ciudadanos y ciudadanas en todo su espectro social, no parece necesario, que dignatarios de instituciones religiosas, filosóficas, chamanes, brujos o hipnotistas tengan que suplir el rol que les corresponde a los ciudadanos organizados y a sus autoridades elegidas democráticamente. Cada cual debe saber asumir su rol, debe desplegar sus habilidades y facultades para resolver los problemas que se generan en el ámbito público.

Sin embargo, para el Presidente Piñera y su Gobierno, parece  formar parte de la acción política, la intervención de la Iglesia Católica, en los conflictos sociales y  políticos, donde su equipo de gobierno demuestra incapacidad para  resolverlos. Es abusivo de parte del gobierno, usar la convicción religiosa para “ablandar” a los ciudadanos, es abusivo aprovecharse de la Fe para doblegar la voluntad o para presionar a diversos actores sociales para que renuncien a sus legítimas aspiraciones.
Chile optó hace mucho tiempo por separa el Altar de la Constitución y las leyes (1925), no por invalidar la fe cristiana, ni por cuestionar el rol espiritual de una Iglesia como la Católica, sino por la convicción que el entendimiento y el ordenamiento de una sociedad, se tiene que regir por normas, que sean validadas por los ciudadanos y no por los fieles, por las leyes terrenales y no por las celestiales.

No obstante ello, este gobierno recurre permanentemente a dignatarios y religiosos de la Iglesia Católica para resolver, mediar e intervenir en los conflictos sociales y políticos, demostrando con ello, por una parte, dependencia  religiosa y por otra, incapacidad para implementar diálogos democráticos, debatir en la diversidad, y generar a partir del disenso, espacios de consensos básicos, que permitan el entendimiento entre gobernantes y gobernados.

Es de esperar que el conflicto por el gas, que afecta a la comunidad de Punta Arenas, se resuelva por los canales propios de la democracia y la institucionalidad que el país tiene para resolver sus controversias y no sometiendo a las partes a presiones celestiales y divinas.

(*) Por Jorge Díaz Guzmán

lunes, 10 de enero de 2011

Vivir en Magallanes, el problema de ser exclavos del señor feudal

cuernos del paine

Hasta el día de hoy y desde tiempos inmemoriales, cada vez que algún magallánico viaja “al norte”, sea con destino a Puerto Montt, Concepción, Santiago, Iquique o Arica, todas ciudades que para un coterráneo de tomo y lomo están situadas genéricamente en el remoto norte del país, los amigos y parientes despiden al viajero con un sonoro “manda fruta”.


La frase, no del todo entendida en su significado más profundo por los “nortinos” de paso o avecindados en la región, refleja una realidad extensa y representativa. En este caso, relativa al consumo de un producto al que cualquier chileno que no viva en el extremo sur del país tiene corrientemente acceso, pero que para los magallánicos ha representado desde siempre una delicia de precios exorbitantes y prohibitivos.

Por lo mismo, para alguien que habite en Puerto Natales, Punta Arenas, Porvenir, Timaulken o Puerto Williams, degustar una manzana, probar de un racimo de uvas, deleitarse con un durazno, un melón o una sandía, y hasta disfrutar de un popular tomate, significa siempre un desembolso considerable de dinero. Por regla general, equivalente a unas cinco o seis veces a lo que un chileno paga normalmente en la zona central de y aledañas.

Chile no puede seguir viviendo de espaldas a sus regiones. Las regiones de Chile no pueden continuar siendo tributarias de Santiago ni seguir dependiendo hasta para las cuestiones más mínimas de lo que se decide en la Metrópoli, como si se tratara de provincias conquistadas por el antiguo Imperio Romano.


Algo muy semejante en términos de carestía ocurre con la inmensa mayoría de los productos alimenticios de consumo habitual e ineludible para cualquier familia magallánica, los cuales por razones climáticas no pueden ser producidos localmente y, por lo mismo, deben ser forzosamente “importados” desde otras zonas del país. Otro tanto ocurre con los servicios de toda índole, empezando por aquellos de primera necesidad, con lo cual se configura un cuadro de carestía estructural y excepcional que es preciso conocer para incorporar como dato crucial a la hora de adoptar cualquier decisión relativa a la región.

Evidentemente, los costos del transporte, habida cuenta de las distancias, constituyen un componente decisivo y de efectos devastadores en el valor magallánico de cualquier tipo de insumos y productos. Trasladar un contenedor desde la zona central hasta Punta Arenas implica un extenuante recorrido de miles de kilómetros el cual incluye un forzoso y largo tramo por territorio argentino. La alternativa a este periplo de vértigo será embarcar los camiones en Puerto Montt para desembarcarlos en Puerto Natales, pero en cualquier caso, el transporte implicará una alta inversión en medios, dinero y tiempo la que irremediablemente repercutirá en el bolsillo de los consumidores.

Volar hacia o desde Magallanes es un asunto distinto, más rápido pero inmensamente más caro. A los turistas extranjeros les produce verdadero asombro constatar que con las dos horas y cuarenta y cinco minutos de vuelo efectivo que toma viajar desde Santiago a Punta Arenas, alguien podría atravesar el continente europeo de este a oeste pasando por encima de tres, cuatro o más países, trasladarse desde Europa al Asia, o en tiempo menor o equivalente, llegar casi al corazón del continente africano.


faro estrecho de magallanes
Pero con toda seguridad, a esos mismos turistas les debe resultar todavía más inexplicable darse cuenta que con el valor que pagan por ese boleto en cualquiera de las dos compañías que controlan el duopolio del transporte aéreo a Magallanes, perfectamente podrían pagarse, por ejemplo, un pasaje de ida y regreso entre Roma y Paris o Madrid, con hotel incluido por un par de noches. De un modo parecido a como un chileno, por el mismo dinero que paga por volar desde o hasta Punta Arenas en condiciones de urgencia, podría ir desde Santiago un par de veces ida y vuelta a Buenos Aires, llegar hasta Lima o Río de Janeiro, y con un poco de suerte, la debida anticipación en la compra del pasaje y un poco mas de dinero, llegar incluso hasta el dorado Caribe.

Por todas estas razones a muchos extranjeros que nos visitan les perece encomiable observar nuestra realidad como país largo y diverso pero unido de norte a sur. Especialmente cuando la comparan con sus propias circunstancias nacionales permanentemente sometidas a fuerzas disgregadoras. Por ejemplo, en los casos de naciones como Francia, España, Bélgica. Holanda, entre otras, las cuales corren permanente peligro de fragmentarse por efecto de las particularidades económicas, culturales, sociopolíticas y hasta lingüísticas presentes y actuantes.