jueves, 22 de diciembre de 2011

El peligro de creer que la austeridad es la salvación

Por Paul Krugman | The New York Times

REYKJAVIK.- Los mercados celebraron el acuerdo que emergió en Bruselas anteayer. De hecho, comparado con lo que podría haber ocurrido -un ruidoso fracaso para alcanzar consensos-, la situación de que los líderes europeos hayan estado de acuerdo en algo, por más vagos que sean los detalles, es un acontecimiento positivo.


Sin embargo vale la pena tomar distancia para ver el cuadro más amplio, es decir, el abyecto fracaso de una doctrina económica? una doctrina que provocó graves daños tanto en Europa como en Estados Unidos. Esa doctrina se basa en la afirmación de que, en el período subsiguiente a una crisis financiera, los bancos deben ser rescatados pero el público en general debe pagar el precio.


Así, una crisis generada por la falta de regulación se convierte en una razón para desplazarse aún más a la derecha; una época de desempleo masivo, en vez de estimular esfuerzos públicos destinados a crear empleos, se convierte en una era de austeridad, en la que se recortan los gastos del gobierno y los programas sociales.



Esta doctrina se impuso porque, según se decía, no había alternativas -que tanto los rescates como los recortes del gasto eran necesarios para satisfacer a los mercados- y se alegaba que la austeridad fiscal en realidad crearía empleos. La idea era que el recorte de los gastos infundiría mayor confianza tanto a los consumidores como a las empresas. Y esa confianza supuestamente estimularía los gastos privados, más que compensar los efectos depresores de los ajustes gubernamentales.


Algunos economistas no estaban convencidos. Un crítico cáustico se refirió a los supuestos efectos expansionistas de la austeridad como algo equivalente a la creencia en "la confianza en los cuentos de hadas". Bueno, sí... ese crítico era yo.


Pero, no obstante, la doctrina ha sido extremadamente influyente.




[caption id="" align="alignright" width="329" caption="Protestas en Grecia"][/caption]

La austeridad expansionista, en particular, es defendida tanto por los republicanos del Congreso como por el Banco Central Europeo, que el año pasado urgió a todos los gobiernos europeos a abocarse a la "consolidación fiscal". Y el año pasado también, cuando David Cameron se convirtió en premier inglés, inmediatamente se embarcó en un programa de recortes de gastos, en la convicción de que estimularía la economía. Su decisión fue recibida con elogios por muchos entendidos estadounidenses.


Ahora, sin embargo, pueden verse los resultados, y el cuadro no es lindo. Grecia fue empujada por sus medidas de austeridad a un bache aún más profundo? y esa caída fue la razón que, según concluía un informe clasificado dirigido a los líderes europeos, determina que el programa existente en ese país sea impracticable.


La economía británica se ha estancado bajo el impacto de la austeridad, y la confianza, tanto de las empresas como de los consumidores, cayó.


Tal vez lo más revelador es lo que ahora pasa por ser una historia de éxito. Unos meses atrás varios expertos empezaron a celebrar los logros de Letonia, que tras sufrir una terrible recesión, logró reducir su déficit presupuestario y convencer a los mercados de que era un país fiscalmente sólido. Eso fue, por cierto, impresionante, pero se produjo al costo del 16% de desempleo.


Entonces, rescatar a los bancos mientras se castiga a los trabajadores no es una receta para la prosperidad. ¿Pero acaso había otra alternativa? Por eso estoy en Islandia, un país que hizo algo diferente.




[caption id="" align="alignright" width="302" caption="Protesta en Islandia... el Gobierno si escucho."][/caption]

Si usted lee habitualmente notas sobre la crisis o ve documentales sobre el tema sabrá que se suponía que Islandia debería ser la cara del desastre económico: sus desenfrenados banqueros cargaron al país de enormes deudas y dejaron a la nación en una situación desesperada.


Pero algo divertido ocurrió en el camino hacia el Armagedón económico: la misma desesperación de Islandia volvió imposible cualquier conducta convencional, liberó así a la nación y le permitió transgredir las reglas. Mientras todos rescataron a los banqueros, haciendo que el público pagara el precio, Islandia dejó que las instituciones cayeran y amplió su red social de seguridad. Mientras todos trataban de apaciguar a los inversores, Islandia impuso controles provisionales sobre el movimiento de capital para darse lugar para poder maniobrar. ¿Y cómo resultó?


Islandia no evitó daños económicos de envergadura ni una caída significativa de los estándares de vida. Pero sí consiguió limitar el aumento del desempleo y el sufrimiento de los más vulnerables; la red social de seguridad sobrevivió intacta, al igual que la decencia básica de su sociedad. Cuando todo el mundo esperaba un absoluto desastre, todo eso representó un éxito político. Y hay allí una lección para el resto de nosotros: el sufrimiento que enfrentan nuestros ciudadanos es innecesario. Si esta es una época de penuria y de una sociedad mucho más dura, fue por elección. No tenía y no tiene por qué ser de esa manera.

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