domingo, 13 de noviembre de 2011

De mendigo a fiel servidor público (buena historia para comenzar la semana)

Contento. “Me siento feliz al no tener que seguir pidiendo en esas calles gracias a usted abogado”, le dice don José a Áfrico Madrid, ministro del Interior y Población, quien le dio la oportunidad de trabajo que cambió su vida.


* Se truncó un sueño… Dios dio una segunda oportunidad. El lado humano que escudriñamos
* Gracias a la bondad de personas que como puente de un Ser Superior, le fueron cambiando la vida a un compatriota


Aquel niño jugaba la potra diaria con sus amigos en la polvorienta calle, cancha improvisada, allá en su natal Bonito Oriental, Trujillo, Colón. Al final, siempre les oía las pláticas que se irían a Estados Unidos “a hacer dinero”.

Luego regresarían. Comprarían terrenos, harían casas de lujo, pondrían negocios y vivirían bien. Sus familias ya no sufrirían penurias como las que pasaban.

Aquel cipote secándose el sudor de la jugada, solo escuchaba. Empezó a tejer su propio sueño. Haría lo mismo porque le pasaba lo mismo. Lo inspira y agarra valor el ver regresar a los que un día se fueron mojados, venir a hacer sus planes realidad. Hablaban bellezas de su proeza.



ADIÓS
Proceso. Todos los días, ágilmente, don José Victoriano Martínez (50) se coloca sus prótesis. Después, listo sale a trabajar dignamente.


Un día cualquiera les dijo adiós a sus familiares. Corría 1978, tenía 17 años. Con un costal de ilusiones y 300 lempiras (en aquel tiempo 150 dólares) agarró camino, también mojado, hacia el país del norte a realizar su propio “sueño americano”. Lejos estuvo de pensar lo que el destino le tenía preparado.

Volvamos un momento acá. Estoy con el que un ayer fuera aquel niño ilusionado. Hoy José Victoriano Martínez tiene 50 años. Me alarga su historia. “En aquellos tiempos los gringos eran bondadosos y no habían muchas trabas para llegar allá mojado, siempre era sacrificado. Algunos alcanzaban llegar, trabajar sin papeles, ahorrar y regresar a la prosperidad. Hoy todo ha cambiado y no es para arriesgarse”.

Un día de esta semana, temprano, cuando tibiamente el sol empezaba a saludar, ahí comenzó la labor para esta entrega periodística. Después de cubrir el itinerario diario desde su casa hasta el trabajo, estamos ya en la oficina en donde ahora labora. Computadoras, compañeros de trabajo, gente que entra y sale.

Usa prótesis en su mano derecha y en sus piernas. Facilidad de palabra, bien vestido. Su fluidez va aparejada con el movimiento de sus manos como si las dos fuesen naturales al ir hilvanando respuestas acorde con nuestras preguntas.

Pocos saben que detrás de este hombre, hoy de carácter alegre, está envuelta una historia triste. Muy larga, que habremos de resumir. Síganos porque esto aún comienza.

¡PUMP!

Empieza a contarnos su odisea. “Con unos amigos sorteando dificultades en el camino logramos llegar a México -cuenta-, fueron 8 días casi sin dormir y comer. Viajamos a jalón o a pie día y noche. Llevábamos 8 días pasando penurias.
Con la familia. En casa propia en la colonia Arturo Quezada. Le fue donada por una organización española al perder la suya en La Joya a causa del Mitch.


Era una noche muy negra. En eso oímos que venía el tren. ¡Vamos a subirnos! Dijimos todos. Corrimos. Ahí supe por qué le decían “el animal de hierro”. Con sumo esfuerzo, casi cayéndome me subí en la parte alta de uno de los vagones. Aquello se movía como un animal furioso. No sé cuánto tiempo pasó de trayecto pero el ruido y los jamaqueos (virajes violentos) se fueron aquietando, estaba sumamente agotado, no había dormido en los últimos días. Me quedé dormido… y solo alcancé a escuchar débilmente un… ¡pump!

Todo se cegó. No supe nada más. Cuando volví en sí estaba en un hospital, siempre en territorio mexicano.

Habían pasado varios días. Imagínese la tristeza cuando me vi vendado, sin piernas y sin parte del brazo derecho. Me los habían amputado. Las enfermeras me contaron todo. Al quedarme dormido me caí y el tren me arrolló y… (hace un gesto en su cara, rictus de tristeza, y calla por un momento).

Dos meses después, deportado, ya estaba en el hospital D´ Anthony de La Ceiba para seguir con el tratamiento y mi recuperación. Frustrado, pero con la viva esperanza que de alguna manera saldría adelante, complementa. Alza sus brazos. ¡Porque gracias a Dios mi cerebro había quedado bien!

PRÓTESIS
Maneja. En su propio vehículo se transporta. Nada, conduce en bicicleta, etc.


Tres meses después -continúa- un grupo de norteamericanos me visitó y me brindó ayuda psicológica para enfrentar la vida con normalidad y valentía. Me prepararon para recibir menosprecios, la soledad… yo le puedo jugar hasta solitario, mi amigo. Ellos eran del Club de Leones de Minesotta. Me brindaron las prótesis.

¿Cómo es que llega a Tegucigalpa?

Ahhh… (se lleva la mano izquierda al cabello). Me vengo a continuar el tratamiento y mantenimiento de las prótesis en el Hospital San Felipe. Fíjese que iba casi todos los días y ahí me pasó algo muy importante, conocí a la que ahora es mi esposa. Nos casamos en Colón.

El amor que no puede faltar en una historia. ¿Cómo fue ese chispazo?

Ella también estaba ahí en una sala recibiendo un tratamiento para una enfermedad que padece y permanecía en ese tiempo en silla de ruedas, ahora ya no. Yo era de los que si la mujer que me iba a querer me aceptaría como soy, aquello que me dijeron los norteamericanos que me prepararon. Platicábamos mucho, nos enamoramos y nos unimos en pareja. Se llama María Luisa García. Tenemos una hija y ella nos ha dado una nietecita. Yo ya había tenido otros dos hijos.

A MENDIGAR
El cambio. En sus ahora funciones diarias. Dice ser católico pero no se congrega en ninguna iglesia.


Me regreso a Tegucigalpa solo a dar de narices. Como no podía aún dominar las prótesis, necesitaba una silla de ruedas. Fui a buscar a Don Pepe (recientemente fallecido) y me regaló una.

Lavaba carros ahí por el hotel Honduras Maya y lo poco que ganaba se lo mandaba a la familia, pero no me ajustaba. Un día alguien me dijo que estaba la feria en Suyapa y pensé, no me queda otra que pedir. Me puse un sombrero y en la silla de ruedas me aposté en la entrada de plazoleta pero me daba pena y me cubría con un gorro la cara, solo extendía la mano. Una señora me preguntó que ¿por qué me daba pena? ¿No será que sos ladrón? Me lo quité para siempre.

Luego, con la ayuda de un amigo en la “pedidera” que me ayudaba con la silla, me vine aquí a este trayecto de los semáforos cercanos al bulevar Juan Pablo, todos los días. Por temporadas me iba a rodar, a mendigar a los países centroamericanos. Nunca le faltó la comidita a mi familia y las cositas para el colegio, pagar el cuarto. Ellos sí nunca tuvieron que pedirle nada a nadie porque yo les mandaba lo que recogía pidiendo.

UN FINAL FELIZ
Con sus compañeros de labores. En una sesión de trabajo. El Lic. Luis Pinol (jefe de la unidad), Mariana de Jesús Pineda (también discapacitados) y la Lic. Karen Pavón que es el enlace entre el ministro y la unidad. (Para este reportaje se contó también con la valiosa colaboración de la Lic. Grace Sierra y su equipo a quien agradecemos).


Mire -continúa el relato siempre sentado en un sillón de oficina- por ese tramo que le digo que me ponía a pedir todos los días, miraba pasar a mucho famoso, a mucho político que algunos subían el vidrio cuando me acercaba pero les conocía el carro. Para más, algunos de los pobretones sí me daban.

Siempre pasaba por ahí el abogado Áfrico Madrid. Bajaba el vidrio y me daba mis buenos lempiritas. Es que a él lo conocí chavalito en el Comité Central del Partido Nacional cuando estaba Picho Goldstein, porque he sido cachureco.

Una vez, me dijo: “Oíme, ¿querés trabajar? Andá a esta dirección, te espero en mi oficina mañana por la tarde. Óigame -añade don José- me suspendí, pero me dije, si estos son políticos, para no ilusionarme ¿me entiende?

Al día siguiente ahí estaba en el ministerio. Cuando salió al pasillo me vio y no me paró bola. Desilusionado me regresé. Cuando volví en silla de ruedas e igual vestido con mi sombrerón, como él me había visto en la calle pidiendo, me dijo: ¿Por qué no viniste el otro día? Sí vine abogado, y me pasó a su despacho. Es que no me había conocido por que llegué todo guapo y caminando con las prótesis, ja, ja, ja,

CON TRABAJO DIGNO
Un antes y un después. De mendigo a servidor público. Son cosas de Dios.


Hoy, don José es empleado permanente (con acuerdo dado por el alto funcionario del gobierno actual) en la Dirección General de Desarrollo para las Personas con Discapacidad, perteneciente el Ministerio del interior y Población cuyo titular es el propio abogado Áfrico Madrid. Sus funciones -como supervisor- según sus superiores y compañeros (también discapacitados) las realiza con mucha responsabilidad.

Ponga esto por favor, no se le olvide -me lo dice varias veces-. Le doy gracias a todos los que me ayudaron y soy feliz con mi trabajito permanente y me siento útil a la sociedad gracias a la bondad del abogado Madrid, concluye.

Si así como criticamos a algunos políticos que no tienen sensibilidad para con el pueblo y pasan del engaño, solo para captar votos, igual -para el equilibrio periodístico- tenemos también que hacer eco de estos testimonios. Como orientadores sociales que siempre estamos para sumar. No para restar.

Curiosamente, la oficina en donde ahora labora don José está a unos cuantos metros de donde todos los días rodaba en una silla de ruedas como mendigo. Hoy pasa por ahí pero en su propio auto. Convertido en todo un servidor público. Y no con los vidrios abajo. Faltó preguntarle si es dadivoso con quienes le piden cuando el semáforo está en rojo. (¡!).

Y ya nos despedimos. El mensaje. Dios -a través de sus hijos- le ha dado una segunda oportunidad. El Señor tiene para cada uno de nosotros un propósito. Para que usted, don José, sirva también para ayudar.

De mendigo a gran servidor público. Un final feliz. Otra HUELLA más, escrita y plantada en el tránsito de nuestro ya largo caminar.

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